viernes, 14 de octubre de 2011

Personajes. El Pseudo Boludo

            Todo lugar tiene sus personajes propios y estereotipables. Por ejemplo, en toda aula de colegio hay un gordito simpaticón, un traga, un popular, un inadvertido (y hablo en masculino genérico, no por machismo sino para no perder párrafos enteros adjuntando el femenino de cada sustantivo utilizado).
            En fin, todos personajes entrañables a la luz de la distancia temporal que a los más grandes nos recordarán a “Señorita Maestra” y a los más jóvenes, a “Patito Feo” y demás sagas acneicas (sí, me gusta inventar palabras).
En este capítulo queda, pues, inaugurada la sección Personajes Cómbicos.
Y se me ocurrió comenzar con uno genial, al lcual he bautizado “el Pseudo Boludo”.
Digo pseudo porque de boludo real no tiene un pelo, claro. Tal vez, venga de vastas experiencias en colectivos, trenes y subtes, donde se me hace que es más que reconocido.
El Pseudo Boludo ya está sentado cuando vos subís a la combi. Siempre en la hilera doble de asientos (de no ser así, perdería su razón de ser). Ha elegido el lugar del pasillo, no más atrás de la tercera fila. Viene munido de alguna simple mochilita y quizás un abrigo.
            A pesar de su escueto vestuario (que, obvio, incluye el el último Smartphone del mercado) le encanta ocupar el asiento de la ventanilla con sus pertenencias, tirar el respaldo lo más posible hacia atrás y alargar sus enorme piernas por debajo del asiento de adelante.
            Entonces vos que acabás de pagar el boleto -y estás haciendo malabares para guardar la billetera en la cartera con la mano derecha mientras sujetás con la izquierda el bolsito del gimnasio, el libro para el viaje y la bolsa con el acolchado de oferta que te acabás de comprar- ves que la primera fila está toda ocupada  y empesás a escanear el resto de la combi al mejor estilo Terminator, buscando “ESE” lugar que te permita acomodarte medianamente a gusto.
            Y lo ves. Ves al Pseudo Boludo que empieza a revolear los ojos, como disimulando que también te está mirando. Igual que el tipo del colectivo, tren o subte -sentado en el asiento reservado para personas con movilidad reducida- se “queda dormido” justito cuando sube una embarazada, por ejemplo.
            En el fondo, está bueno encontrarte con este personaje. Porque podés disfrutar torturándolo.
            Sólo basta seguir mirándolo durante unos segundos -que le parecerán eternos- como anhelando algo que él posee, para que se ponga nervioso y por impulso, empiece a levantar sus “petates” (¿no es tierna esta palabra? Muy de mi mamá) y amague a darte paso para que te sientes.
            Y justo en ese instante mágico, cambiás con seguridad tu dirección… ¡y te sentás orondamente, en un asiento libre de la fila simple que ya habías relojeado!

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Sobre caos, tamaños y placeres obligados

            Ayer fue un clásico día caótico en la ciudad. Si William Foster (Michael Douglas) viviera en Buenos Aires, seguro habría vuelto a sacar la metralleta de su portafolios: manifestación en la Costanera, paro de choferes de la línea 60 (el colectivo más popular de la ciudad, para aquellos lectores no nativos), corte en la autopista Ezeiza-Cañuelas, huelga del Ferrocarril Roca y –de paso- protesta sobre Av. Corrientes en el cruce de la plazoleta del Obelisca, a cargo de los docentes de la provincia de Misiones.
            Sin embargo y a diferencia de Foster, los pobres giles que viven en el Gran Buenos Aires, trabajan en capital y habitualmente viajan en los trenes y colectivos afectados, no suelen (digo “suelen”, porque la paciencia humana bien tiene sus límites aún fuera de las películas) romper en furia asesina. ¿Y qué hacen, entonces? Obvio, viajan en combi.
            Es así que llegué tempranito a la agencia (porque, ¡justo ayer tenía que ocurrírseme ir a las 8:30 en vez de las 11:00, como siempre!) y me encontré con que la habitualmente casi inexistente fila para sacar el boleto, esa mañana daba una vuelta completa a la manzana.
            Menos mal que me empezó a sonar la música de McGyver en la cabeza y, cual si sacara la Victorinox del bolsillo, tomé de la cartera la tarjeta magnética del abono y me mandé directamente a la fila para subir que no superaba las 30 personas. A razón de 19 por combi, calculaba tomar la segunda que saliera.
            Enorme fue mi sorpresa cuando advertí que no llegaba la tradicional Sprinter, sino más bien el Big Brother de las combis: el modelo (casi) ómnibus larga distancia. Digo “casi” porque no tiene baño ni cabina separada de choferes; y “larga distancia”, porque a pesar de ello es el vehículo que utilizan para hacer viajes contratados de 800 kilómetros.
            Como dice el dicho, “grandes problemas requieren grandes soluciones”: ante el aluvión humano, llamaron a la caballería mecánica.
            Así que ascendimos los treinta de golpe más unos diez que se habían sumado después de mí.
            Te subís a una de estas “combis” y te sentís importante, poderoso, ¿viste? ¡Es como ir por la calle escoltado por Paco Camorra*!
            Eso sí, de tanto músculo anabolizado, el pobre gigante no es muy ágil. Así que llegamos a la autopista que, aunque no era de las más afectadas por el caos, estaba sensiblemente más lenta que de costumbre y ahí nos quedamos, nomás.
            Era como tratar de darle velocidad a un elefante. ¿Alguna vez vieron alguno que corriera más rápido que una liebre? Claro, podría aplastarla con su tremenda pata, pero primero tendría que alcanzarla… Y después, en el caso de que lo lograra, no me quiero imaginar lo complicado que le resultaría al pobre animal despegarse los pedazos de liebre aplastada.
            En resumen, algo parecido le sucedía a este ómnibus: no podía hacer otra cosa que moverse en cámara lenta, en el espacio que le había tocado, mientras los vehículos más pequeños avanzaban escurriéndose por los huecos libres.
            Bocinazos, arranques bruscos, frenadas abruptas, quejas de los pasajeros, algún insulto reprimido del chofer y yo, tratando de sacarme la lagaña del ojo mientras me daba cuenta de que nunca llegaría a tiempo a esa clase de portugués.
            En eso, me acordé de lo que siempre decía un profesor que tuve hace algunos años: “cuando la violación es inevitable, relájate y goza”.
            Y como siempre fui buena alumna, apagué el celular, recliné el respaldo, me hundí en el asiento (que en este caso salía de mis parámetros de quisquillosidad sobre los que ya habrán leído) y me dispuse a terminar el recorrido roncando libremente.

* Paco Camorra: canción del grupo Séptima Brigada, inmortalizada por Luis Sandrini en la película El Profesor Patagónico -1970- (si no me creen, busquen en Youtube).


Imagen de: www.mundofotos.net


jueves, 15 de septiembre de 2011

La gran elección - Parte I



                No es que yo tenga neurosis obsesivas, lo que pasa es que algunas cosas me gustan de determinada manera. Obvio, por alguna razón lógica y valedera.
                Por ejemplo, el orden de compra y de pago en la caja del supermercado.  Cuando voy a tomar los productos de la góndola, lo más lógico es establecer un método para: 1) no tener que volver a pasar por el mismo lugar como si te hubieras perdido en el bosque; y 2) para respetar la cadena de frío cuando es necesario y llevar los alimentos frescos a casa. Así, pasaré primero por los productos de limpieza, perfumería y almacén, luego por la verdulería, los lácteos, carnes, pescados y congelados (si se descongelan, no los puedo volver a freezar, obvio).
                En la caja también conviene respetar un orden para ser más prácticos y rápidos: si pongo juntos todos los productos que necesitan frío, los voy a poder meter en la misma bolsa y al llegar a casa, sólo tengo que buscarla y guardarlos rápido. También, el pago se acelera si pongo las cuatro latas de tomate perita juntas, ya que la cajera puede pasar una sola por el scanner y anotar por cuatro. Resultado en ambos casos: utilización eficaz del tiempo destinado a esa tarea.
                De la misma manera en que hay un método para hacer las compras en el supermercado, hay un método para elegir la butaca correcta en la combi (y no es que esté mirando demasiado The Big Bang Theorie).
                Porque no es cuestión de pagar el boleto y sentarse. Después de todo, son diez horas semanales (mínimo) viajando en esa carcasa de seis ruedas que más de una vez supera ampliamente su límite de velocidad, frena sin aviso y hasta huele raro, como ya todos saben.
                Primero, hay que ver qué vehículo nos toca. Básicamente, hay dos modelos de combis: la de 19 pasajeros y la de 24.
                Hoy, les cuento de la primera o modelo Sprinter.
                Este vehículo tiene dos filas de asientos: dobles del lado izquierdo (o sea del chofer) y simples del lado derecho, más la fila de cinco al final.
                Esta última, hay que hacer de cuenta que ni existe. Piensen sólo en el “samba” de los parques de diversiones y se pueden dar una idea de cómo viajarían si se sientan ahí.
                Otro sector a descartar es el de las ruedas de atrás: primero tenés el tipo que te tira el asiento de adelante en toda su extensión, luego, el de atrás que ya no tiene lugar y te clava las rodillas contra tur respaldo y como si fuera poco, como tenés que apoyar los pies sobre el guardabarros, de repente te encontrás sentada al mejor estilo Pantera Rosa, doblada a la mitad en la cama mecánica del hospital (hagan memoria y recordarán la imagen).
                Así  que sin dudas, la mejor opción se encuentra en los lugares de adelante.
                El primer asiento del lado de la ventanilla tiene una doble ventaja: primero, está justo atrás del chofer, ergo, le podés hacer pedidos fácilmente: “¿Subiría la calefacción?”; “¿Bajaría el aire acondicionado?” “¿No se copa y cambia la radio?”, y cosas así. Por otro lado, si el conductor es delgado y corta estatura, deslizará el asiento hacia adelante, con lo cual, se podrá utilizar la base del mismo como apoya-pies.
                El asiento contiguo no da mucho para apoyar los pies, pero sí para estirar las piernas completamente.
                Después, está el primer asiento de la fila única. Ese brinda independencia, permite la utilización a gusto del apoya-brazos y aún sigue cerca del chofer para hacerle las preguntitas de rigor. En contra: el estiramiento o cruzamiento de piernas se verá afectado por las incómodas subidas de pasajeros en las diversas paradas durante la primera etapa del viaje y de sus descensos, durante la última.
                Por otra parte, la ventaja de sentarse en la fila doble es que, si no sube mucha gente, existe la posibilidad de que el asiento de al lado no se ocupe. En  ese caso, tenés donde apoyar bolsas, bolsos, carteras y demás accesorios que te convierten en ekeko.
                Después tenemos las variables “día” y “noche”. Cuando el viaje es de día, la luz natural permite leer y escribir sin problemas. Si es de noche, es necesario contar con la miserable pero imprescindible “lucecita del asiento”.
                Debo decirles a los ingenieros mecánicos que diseñaron estas combis, que recalculen el lugar en donde las colocan. Porque el único asiento que tiene una iluminación correctamente direccionada al área de lectura (ya sea libro, revista Patoruzito, cuaderno de francés, etc.) es el segundo asiento de la fila simple.
                Conclusión de esta primera parte: si viajás de día y el chofer es flaco, el ganador es el primer asiento de la fila doble, lado ventanilla; si viajás de noche, el segundo de la simple que, además –he descubierto-, tiene la ventaja de tener ventanilla con vidrio móvil. Lo cual es una gran ventaja… ¡Cuando empiezan los olores!

domingo, 11 de septiembre de 2011

Lo que cuenta es la actitud

                En una sociedad ideal, los seres humanos conviviríamos en armonía, respetando nuestro espacio y el de los demás. Aceptaríamos al otro como es y aplicaríamos la frase “vivir y dejar vivir”.
                Sin embargo, ya entendimos que el mundo ideal sólo existe en las películas de Disney. Así que hoy voy a hablar de un miembro modelo de la sociedad real en la que vivo y al que me vengo a encontrar, obvio, en la combi.
                El otro día, me sentía realmente mal. A la gran congestión nasal que me venía acompañando hacía más de una semana (virus, dijo el médico, y no me recetó más que vapores a la antigua), se le había sumado una tremenda migraña que me comprimió el cerebro durante toda la tarde. Así que salí un rato antes del trabajo y me fui a tomar mi invariable transporte al obelisco, donde siempre hay cola, pero tiene la ventaja de que sale una unidad cada cinco minutos.
                El coordinador de turno informó la disponibilidad de un servicio con un recorrido que me dejaba más cerca de casa que lo habitual, así que me puse en la fila para subir, con congestión y migraña a cuestas.
                Y aquí apareció el personaje. El argento, el vivillo porteño que se coló lo más campante, interponiendo su enorme mochila y su aún más enorme, antiestética y desaliñada anatomía. Y haciéndose el boludo, claro.
En mi estado deplorable, no quise aumentar las pulsaciones craneanas discutiendo. Lo dejé pasar.
                Subió y le pagó al chofer, que le tuvo que gritar tres veces para que volviera a buscar el boleto que nunca agarró y que los conductores tienen la obligación de entregar (si la expendedora funciona, tema para otro post).
                Siguiendo con el recorrido de mi protagonista, llegó al asiento que eligió y se tomó todo su tiempo para acomodarse y desalojar el pasillo por el cual esperábamos pasar los pasajeros que veníamos atrás. Encima, ocupó uno de mis butacas ideales, una vez ya ocupada MI butaca de siempre.
                Cuando por fin mi migraña y yo pudimos pasar, obviamente elegimos un asiento estratégico para pensar una venganza.
                Y así fue que encontré lugar en el ángulo preciso para poder sacar una foto de este personaje, en la que se reflejara toda su idiosincrasia, en su más amplia expresión. Después de todo, yo nunca dije que fuera una "persona ideal"...


Apesar de la baja calidad, obsérvese el detalle de la marca de la ropa interior.
¿Nadie le enseñó para qué sirven los cinturones?
                  Y sí. ¡LA VENGANZA SERÁ TERRIBLE!

sábado, 3 de septiembre de 2011

2011, Odisea de la Combi

Imagen de: http://www.clasicosdecine.wordpress.com/
      Tomar la combi de regreso a casa, para una mujer –al menos para ésta que escribe-, no es tan simple como preguntar si hay lugar, pagar el boleto, acomodarse en el asiento y roncar hasta que el chofer diga “¡Llegamos!”. Todo lo contrario.
      Una vez sentada, da comienzo a 50 minutos (o el tiempo que el embotellamiento de la autopista defina) de tortura mental para decidir qué cocinar esa noche.
        Claro, lo primero que hay que hacer es resetear la memoria, olvidarte de los 50 llamados telefónicos, los 70 requerimientos del jefe y los 15 expedientes hechos durante el día, para luego intentar recordar qué corno te quedó en la heladera.
        Veamos.
        Carne: podría hacer churrascos o milanesas. Las milanesas me gustan más, pero, ¿tengo realmente ganas de batir huevos, picar ajo y perejil y enchastrarme los dedos empanando los trozos de cuadrada a las 9 de la noche? De sólo pensarlo ya me cansé. Quedan los churrascos. ¡Ay! ¡Si sólo me hubiera acordado de bajarlos del freezer esta mañana!
        Y subimos a la autopista.
        Verduras: eeeh…, creo que quedaba un verdeo, medio ají rojo arrugado y la planta de lechuga morada que compré hace diez días y que ya se debe haber convertido en una baba amorfa.
        Allá se ven los carteles que señalan la proximidad del Acceso Oeste.
        ¡Ya sé! Fideos con manteca. Fácil, seguro y nunca falla. Ah, no. Cierto que esta mañana se me terminó la manteca y en el frasco, con suerte, sólo me queda media porción de spaguettis.
        ¡Bravo! ¡Ya andamos por el Mercado Central!
        Y…  ¿qué tal una tarta? Tengo una tapa de pascualina y una bolsa de espinacas congeladas. Está muy bien, pero sólo resolvería la mitad del problema: ¡aún debería definir qué le cocino a mi marido, quien asegura que no es vaca para comer pasto!
        ¡Dios mío! ¡45 minutos de marcha y ya vamos llegando a la rotonda de Llavallol! ¡Y la pregunta del millón sigue sin respuesta!
        Me pregunto quién me habrá mandado a mí a abonarme al Gourmet.com. ¡Claro! Lo de ellos es muy fácil: te hacen una terrible receta en 20 minutos, pero de comprar, lavar, pelar y cortar los ingredientes se encargan diez tipos de producción a los que, ¡encima!, les pagan para hacerlo. ¡Así cualquiera cocina un plato distinto cada día!
        En eso, al tiempo que la combi empieza a entrar en el estacionamiento de la agencia, la mente se ilumina.
        Acontece una epifanía.
        Mientras de fondo se empiezan a escuchar los acordes de “Así habló Zaratustra” de Strauss, el monolito negro es descubierto por los asombrados primates: esta noche, comeremos… ¡P I Z Z A!

jueves, 1 de septiembre de 2011

Cuestión de Olor

Así como Fermina Daza (la mujer por cuyo amor esperó más de cincuenta años Florentino Ariza en El amor en los tiempos del cólera) tenía un muy desarrollado sentido del olfato, parece ser que yo, en los tiempos que corren, tengo algo de esa cualidad. Principalmente, cuando viajo en la combi.
Esto lo he podido comprobar últimamente al percibir algunos aromas, si no raros, cuando menos, atípicos.
Por ejemplo, el perfume clásico de los desodorantes ambientales que se encuentran en un telo. ¿Alguna vez prestaron atención a ese olor penetrante y con dejos de mal gusto? Yo no sé si el pasajero (utilizo el masculino generalizante, no es machimo) venía de pasarla bomba o si en realidad, precisa de un asesor de imagen a la hora de elegir perfumes, pero sé que durante ese viaje, lo único que faltaba en la combi era el regulador de intensidad de luz y un tema de Barry White, de fondo.
En todo caso, el fragante asunto, continuó al día siguiente, pero desde otro ángulo: esta vez fue una suerte de concurso de fragancias. Como si algunos de mis eventuales acompañantes se hubiesen puesto de acuerdo para retocarse el perfume. ¡Y que quede claro que había fragancias femeninas pero también masculinas! Porque después salen por ahí a decir que las mujeres gastamos mucho en perfume. Sí, puede ser. ¡Pero los hombres no se quedan atrás!
Ustedes se preguntarán si el cuentito termina acá. Pues no. Todavía falta el último acto.
Después de estas experiencias, me sentí relajada y dispuesta a acomodarme para meditar con los ojos cerrados cuando al tercer día comprobé que no había emanaciones que merecieran ser anotadas en esta crónica.
Sin embargo, debí recordar lo que decía Paulo Coelho en su libro El Alquimista: “Si sucede una vez, puede que no suceda más; pero si sucede dos veces, seguramente suceda una tercera”.
En fin, íbamos con marcha sostenida por la autopista, con una ventanilla algo baja, ya que la temperatura ambiente era agradable.
De pronto, los peores temores se hicieron realidad: un camión que transportaba grasa vacuna se puso a la par de nosotros… ¡Vuelvan visitadores de telos! ¡Vuelvan concusantes de perfumes! ¡Los perdonoooo!

No voy en tren... voy en combi

Debo reconocer que no he creado un espacio muy original. Tampoco sé si resultará atractivo. Pero lo abro como un juego que se inició en Facebook y que a algunos de mis amigos les resultó divertido.
Nací y crecí en Lomas de Zamora, pero viví en la querida Buenos Aires por más de quince años.
Sin embargo, la vida hizo que luego de casarme volviera a Zona Sur. Pero claro, mi vida laboral sigue desarrollándose en la ciudad porteña de mi único querer. Evidentemente, uno de los temas a resolver era el traslado diario.
Veamos: viajar en tren y colectivo me demandaría, con suerte, tres horas del día entre ida y vuelta. Por otra parte, descubrí que mi imposibilidad de manejar un auto (aunque tengo licencia), ahora tiene nombre: amaxofobia, le dicen, y es la fobia, justamente, a manejar (todo resulta una buena excusa para aumentar las arcas de psicólogos, psiquiatras y demás fauna terapéutica que yira por ahí).
Así, que la opción que me quedó fue utilizar el servicio de “charter” o combi, como ya me acostumbré a llamarla, aunque no estoy segura de que sea el término más actual y/o adecuado.
Los 27 km que me separan del trabajo siguen siendo largos. Más teniendo en cuenta que antes estaba a escasas 30 cuadras. Pero parece que ahora me han dado un tema de escritura.
Claro, los que sufrirán con estas historias serán los lectores. Pero nadie dijo que la vida debe ser fácil.
En todo caso, pueden echarles la culpa a Alejandro, Victoria, Mariana y Laura que pidieron la apertura de este blog.
Aclaro que para evitar inconvenientes, algunos o varios nombres que puedan aparecer en estas historias, podrían ser modificados.
Por último, puntualizo que la lectura de estas líneas queda bajo la absoluta responsabilidad de quien, efectivamente, se atreva a leerlo.